Querido/
catequista:
Me
dirijo a ti, catequista en una comunidad cristiana de cualquier lugar de esta
querida Palencia. Te lo han dicho muchas veces, pero te lo vuelvo a decir: tú
eres una pieza clave en el engranaje de la comunidad. Tu labor es muy
importante y hay uno que “ve en lo secreto” toda tu labor… ¡Ánimo!
Más
adelante te enviaré otra carta con las actividades programadas para este
trimestre, pero mientras, te envío esta reflexión tan bonita de Álvaro Ginel.
Creo que puede ayudarte y servirte.
«A ti te toca “hacer
la fe y la teología audible, papilla para principiantes”. Tú tienes que
traducir al lenguaje de los niños y adolescentes o de los jóvenes y adultos
fórmulas de fe que son muy “espesas”. Lo haces buscando comparaciones, poniendo
ejemplos que te salen de la vida. Unos escriben libros gruesos. Tú tienes que
decir lo básico de la fe y lo tienes que decir de manera que no se te aburran
los miembros del grupo.
El catequista que
sueño
·
Un catequista que sabe dar razón de
su fe no sólo
porque sabe cosas que ha leído, sino porque, además, narra la fe que vive.
·
Un catequista que tiene experiencia
de vida cristiana.
Esta experiencia exige una determinada edad. Hay realidades humanas que llegan
con los años, se viven cuando es “el tiempo”. Es verdad que el Espíritu de
Jesús hace maravillas y hay santos de 14 años. Pero “ser joven” no es una carta
credencial para ser catequista o para entender a los niños y a los jóvenes. Hay
educadores, catequistas, fundadores, santos que eran el encanto de los niños y
de los jóvenes. Lo central para ser catequista no es la pregunta ¿cuántos años
tienes?, sino la madurez humana y cristiana que el catequista ha adquirido.
·
Un catequista que se sabe encontrado
por Dios y que encuentra a Dios en la Palabra, en la vida, y en la acción pastoral que
realiza. Porque se
siente encontrado por Dios y porque sigue encontrando a Dios en la palabra, en
la oración, en la vida, en la reflexión y estudio es capaz de poner a otros en
camino para dejarse encontrar y para que encuentren a Dios. Si, estamos en un
momento en el que no nos podemos referir a lo que hicieron con nosotros,
tenemos que tener cierta capacidad de reflexión, de búsqueda, de ir a las
fuentes de la tradición eclesial. No inventamos desde cero, sino en el contexto
de una tradición eclesial que nos precede y que ha pasado muchas historias tan
difíciles o peores que la nuestra.
·
Un catequista que es maestro. La palabra maestro aquí la entiendo
en un sentido muy amplio: maestro de vida. Para vivir no nos basta tener muchas
cosas en la cabeza. Tenemos que tener la cabeza bien amueblada, al menos con lo
esencial. Pero tenemos que saber vivir. Una madre, un padre, un director
espiritual, un acompañante es el que nos alienta y nos ayuda a vivir, sobre
todo en esos momentos en que “tenemos la teoría”, pero no sabemos hacerla
práctica. Un acompañante no hace el camino a nadie, pero da pistas para que
cada uno haga su camino. Un maestro no da por hecho que se ha llegado a la
meta, sino que da perspectiva y señala que queda mucho por hacer.
·
Un catequista que sea comunicador. “La finalidad de la formación (del
catequista) busca, por tanto, que el catequista sea lo más apto posible para
realizar un acto de comunicación” (DGC 235). Un catequista que sienta “celo”
por anunciar el Evangelio hoy a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que
son los que son, que son como son, aunque puedan ser de otra manera, y a ello
les llevará el Evangelio. Un buen comunicador ayuda a personalizar, establece
relaciones cercanas y personales con el otro, sabe que el trabajo no se acaba
en el grupo; la persona tiene que asumir como suyo lo que se dice para todos.
No te asustes
Ya sé que ahora mismo
tienes más ganas que antes de decir: “Pues yo lo dejo porque no doy la talla ni
la daré”. El susto es una cosa corriente en todos los que son llamados por Dios
para una tarea en la comunidad. Basta que pienses en los profetas. Lo normal es
el miedo, la excusa... Si tienes miedo y dices: “mira que soy como un niño y no sé
hablar” (Jer 1,6), te diré que esa es casi una razón para seguir en la brecha.
Lo de Dios es un poco misterioso siempre. Nos pide formación, profundidad, y al
mismo tiempo, nos urge a que no nos creamos que “las cosas de Dios” se
transmiten cimentadas en técnica. La evangelización es obra, sobre todo, de
Dios, no nuestra. Cuando la hacemos tan nuestra que Dios no interviene, pues la
cosa se acabó.
Es Él quien pone
palabras en nuestra boca cuando nosotros nos ponemos en sus manos y somos, como
María, disponibles para el Señor que nos llama».
Aunque un poco largo, creo que merece
la pena leerlo y meditarlo. No lo hagas deprisa.
Aprovecho esta carta para animar a
los catequistas de confirmación a que inviten a sus chavales en la participación de la XVIII Peregrinación
a la Trapa,
cuyo programa ya conocéis.
Un abrazo, con cariño.
Mª Lourdes Caminero