Encendemos la segunda vela que nos anuncia el Adviento. Pedimos que esta luz fortalezca nuestros esfuerzos, ilumine los caminos, alumbre nuestros corazones. Necesitamos su calor y su fuerza para seguir con mayor ahínco en la búsqueda de la justicia y la paz. Cristo, al que esperamos y lo vivimos, es ejemplo y ayuda.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 1-16
En el año quince del reinado del
emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes
virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y
Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás,
vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios.»
Palabra del Señor Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios.»
Adviento. Érase una vez... El centinela
Esta historia del centinela puede ayudarnos a comprender el
sentido del Adviento y de la
Navidad.
Cerca de a frontera
de un país muy lejano, se alzaba u pequeño castillo. De cuando en cuando
paraban en él las caravanas o pasaba la noche algún caminante solitario. Pero
la vida en el castillo era monótona y aburrida.
Una mañana, llegó
un mensaje del rey: “Estad preparados porque se nos ha hecho saber que
Dios va a visitar nuestro castillo. Estad preparados para recibirle como se
merece”
Desde aquel día
todo cambió. Se limpió el castillo de arriba a bajo. Se vistieron los mejores
trajes y pusieron un centinela para que avisase la llegada de Dios en cuanto lo
divisase en el horizonte.
El centinela se
subió a la torreta y allí se mantuvo expectante día y noche. Nunca le habían
encomendado una misión tan importante. ¿Cómo será Dios? Pensaba.
Seguramente vendrá con una gran comitiva y lo podré distinguir de lejos.
Pasaban los días y
nada sucedía. Pasaron los años y allí nadie llegaba. La vida del castillo
volvió a ser aburrida y monótona.
Todos habían
perdido la esperanza.
El centinela se
hizo viejo y se quedó sólo en el castillo, esperando, siempre esperando la
llegada de Dios. Una mañana se levantó para observar y se dio cuenta que ya
casi no veía ni se podía mover y pensó: “He estado toda mi vida
esperando la visita de Dios y tendré que morir sin haberle visto”
Fue entonces, cuando
oyó una suave voz: “¿Es que no me conoces?.
El centinela pensó
que Dios se le había colado sin darse cuenta y dijo: “¿ya estás aquí;
por dónde has entrado que no te he visto?.
“Siempre he
estado contigo, le dijo Dios con ternura, desde el día que decidiste esperarme.
Siempre he estado aquí, a tu lado, dentro de ti. Has necesitado mucho tiempo
para darte cuenta de mi presencia. Ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: sólo
los que me esperan, pueden verme”
Así es Dios. El
está siempre a nuestro lado. Está dentro de cada persona. No hay que ir a
ninguna parte para encontrarle. Solo hay que reconocerle, en nosotros y en los
que nos rodean.
Franciscanos Valladolid
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